UN SUEÑO

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Érase una vez un sueño; un sueño despistado que se había colado en el mundo de los sentimientos; un sueño que servía de reflejo a una ilusión, que se soñaba desde tiempo atrás, pero que hasta ese momento se había resistido a ocurrir.

Sucedió de forma inesperada una mañana cualquiera del mes de diciembre. Digo mañana, porque en el mundo onírico también se permite soñar despierto.

Sutil pero súbitamente, él rompió su soledad. Irrumpió ante ella sin avisar, como a veces ocurre en la vida real.

Él fue calando en su entendimiento, perseverando con su imagen y llegando a provocar en ella un respingo en la piel, cada vez que su consciencia volvía a intuirle.

En su sueño, sin rastro de un pasado aciago, ella comenzó a dedicarse a sí misma pensamientos colmados de entusiasmo, imaginando un estado de plenitud, que ensordecía la memoria herida por decepciones de antaño.

Y entonces, lejos de la razón, surgía una atracción que inundaba su espíritu con la alegría de sentirle cerca. Era algo distinto que le provocaba una efervescencia interior y la invitaba a entornar los ojos, dejándose transportar por melodías queridas.

La lógica perdió su rumbo cuando un vínculo comenzó a fraguarse entre los dos, y entonces… el  tiempo, que se regodeaba de esa compañía -buscada con anhelo-, pareció convertir en verosímil la fantasía del propio sueño. Sobraban las palabras, porque lo imprescindible era el silencio coreografiado de afectos.

Y después, una despedida colapsada por la urgencia de un nuevo encuentro que se deshacía en emociones.

Ella vivía con intensidad aquellos momentos en los que el abrazo que enamoraba, aplacaba cualquier miedo. Un todo había tomado forma, porque de repente supo sentirse amada. Parecía obvio advertir premura por albergar en uno la calidez del otro; ufanos los dos por expandir los lazos que entrelazaban sus almas.

¡Cuán impredecibles e insensatos son los sentimientos!…, puesto que brotan sin ser requeridos y pueden acobardar a quien los engendra, si no se precisa de una libertad expresa que los defienda.

Desde luego, ella creyó haberse  topado, por fin, con quien compartía el hilo rojo que les había mantenidos unidos sin saberlo, como un imán y de forma  invisible, pero inexorable y definitiva desde siempre. Posiblemente habían estado predestinados a encontrarse, de modo que ella, ingenua, sucumbió al sueño que desbarataba el orden que permanecía instalado en sus vidas. Renovada y envalentonada por la arrogancia del amor, olvidó que se trataba de una quimera, de una vana ilusión, engendrada con la misma fragilidad con que se esfuman las palabras pronunciadas pero nunca guardadas  en el corazón.

Sus encuentros, propiciados por el caprichoso azar, estaban avocados irremediablemente a carecer de porvenir; a ella se le negó la oportunidad de albergar la emoción más allá de los límites del sueño que se había fraguado entre los dos.

De cualquier modo ella se despertó y todo se esfumó…¡Qué torpe! Era el momento de ahogar los sentimientos no correspondidos. ¡No se debe soñar con los imposibles, pues rara vez tienen un final dichoso!. De nuevo había  perdido en el juego del amor.

Aunque, después de todo y echando la vista al frente, ella no se conformó con la decepción y se sacudió la melancolía. Enfrentó su dolor y pensó que el mundo rezumaba vida suficiente como para regalarle la ocasión de perderse en una nueva ilusión. Y esta vez su sueño sí podría vestirse de realidad.

¡Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado!

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